sábado, 30 de mayo de 2009

Carlota decide abrir la ventana

Carlota se levantó hoy un poco desinflada, sin embargo, está decidida a seguir con las resoluciones planteadas en dìas anteriores y reconciliarse un poco con su circunstancia, a pesar de que  siempre le ha parecido que eso de ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío no es de optimistas sino de mediocres.

Toma una bocanada de aire como queriendo inspirar todo el universo y  decreta que hoy será un buen día. Y así comienza aquella mañana, dándole la vuelta a todo aquello que le molestaba un poco. Por ejemplo decide asumir que quedarse sin carro por unos días no tiene que ser una experiencia tan terrible,  por el  contrario, se le ocurre que es  una forma de salir de su rutina, de caminar, de perderse un rato entre la gente y respirar un poco de Caracas y no tanto aire acondicionado. Y eso la emociona. Al fin y al cabo, Carlota es una chica de vicios baratos. 

No sabe muy bien cómo va hacer para irse, esa parte del cambio de rutina no la tiene del todo planeada.  Así que decide salir a caminar a ver si el universo, o quién sabe qué cosa, conspiran para que ella pueda conseguir una forma de llegar a su trabajo. Y no es que ella crea en ese tipo de cosas, las supersticiones le parecen consuelo de tontos,  pero esa mañana decide darles el beneficio de la duda. 

Carlota sale a la calle a ver qué pasa, y para su sorpresa se consigue con un vecino que se ofrece llevarla hasta Altamira. Apenas llega a su destino y se baja del carro, la luz del semáforo cambia a rojo, y  ella aprovecha para cruzar la calle a sus anchas. Al llegar a la siguiente cuadra el semáforo también tiene luz verde para ella. Un remolino de viento la despeina un poco, pero no le da importancia porque esa mañana ella se siente fabulosa. 

Cuando va en su camino hacia la Plaza Altamira  ve un carro que le hace cambio de luces y le toca la corneta.  Era ese viejo “amigo” al que siempre se encuentra cuando ella va pero él viene de regreso. ¿Para dónde vas?-le preguntó, -Gracias, pero creo que no vamos para el mismo lugar- responde ella con más picardía que ironía, a sabiendas de que esa frase traerá reminiscencias de una conversación del pasado. Él suelta una de sus carcajadas contagiosas y ella se asoma dentro del carro para despedirse. Y él acaricia el cabello,  guardándole con delicadeza unos mechones sueltos y desordenados detrás de las orejas, mientras le confiesa que le encantó verla.  Ella no confiesa nada, sólo sonríe, aunque también siente lo mismo, y él le da un beso lleno de ternura en la frente, y eso la hace sentir muy linda.

La señora que reparte el Primera Hora le desea buenos días, y más adelante se encuentra con un billete de 5 bolívares fuertes que viene volando hacia ella. El señor del carrito que la ve dudosa entre abordarlo a él o tomar un taxi, le hace una seña y  le dice que le ha estado guardando un puesto. Ella sube,  y allí está,  un único puesto justo  al lado de la ventana. Sí, ella siempre prefiere ventana que pasillo. Y recordando aquel poema de Benedetti abre la ventana, para que la felicidad le deje de tirar piedritas, se coloca sus audífonos,  selecciona el shuffle y comienza a sonar esa canción que tanto le gusta. Ella no está segura si tiene que ver con su nueva actitud,  pero ese montón de cosas irrelevantes le han hecho sentirse afortunada.  Carlota voltea para ver su reflejo en aquella ventana y  se sonríe a la vez que  se dice en voz baja "wow, soy toda una suertuda".

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