sábado, 20 de septiembre de 2008

Tell me that those dancing days haven't gone


"Leí esto y me acordé de tí", dice mi mamá sacando de su cartera unas hojas de papel glasé dobladas en un montón de partes. “Las arranque de una revista que estaba leyendo en un consultorio” – agrega.


Las hojas arrugadas y dobladas que mi mamá me regaló eran un artículo de Lorena Briedis acerca de Rayuela, un libro que estará vigente mientras haya jóvenes y exista el amor, y que ella califica como un tratado de juventud. Lo cierto es que el artículo me conmovió, me hizo recordar el porque amo a Cortázar y reflexionar acerca de la idea de querer seguir sintiéndome joven toda la vida. Y es que el experimentar, sentir, vivir, llorar, amar, equivocarse y volverse a equivocar como cuando se es joven es algo que hemos insistido en cronometrar y asignarle fecha de caducidad, pues llegada cierta edad no sólo se espera, sino que también se reclama, que sintamos y asumamos una actitud y manera de vivir cónsona con los años que sumamos; un modo atestado de razón en el que las licencias para los sueños naive y para equivocarnos nos son arrebatadas.

Pero dejando de lado una verdad irrefutable - el aprendizaje y "las experiencias de vida" son proporcionales al paso de los años, lo que conlleva inevitablemente a un despertar, a la caída de las utopías y representa un golpe bajo al idealismo del que debemos tratar de recuperarnos- creo que "el sentir", cargado de intensidad y pasión, de cuando se es joven debería acompañarnos para toda la vida. Aquí comparto algunas de las líneas que más me movieron y que merecen un lugar más público-aunque este blog no lo lea mucha gente- que dos hojas arrugadas de papel glasé.


"Ser joven, a la manera de Rayuela, es ir del ser al verbo y no del verbo al ser. Ser joven es hacer las cosas como no hay que hacerlas, verter la lógica en ló (gi) ca, vivir absurdamente, tirarse en sí mismo con una violencia tal que el asalto acabe en lo brazos del otro. Ser joven es excentrar los centros, desandar los caminos del equívoco y, a cada paso, alejarnos más de la verdad y hacer de la verdad una invención (escritura, literatura, pintura, escultura..). Ser joven, sentir más y recordar menos, vivir en esa conciencia de estar en un mundo que es lo que debería ser, olvidar los paraísos perdidos, fabricar utopías, negarnos a proponernos un futuro. Ser joven es perderse entre viajes de desdichas y promesas, arrasar con la rapidez los muros del propio cuerpo, como huracanes violentos que absorben toda una estación hasta confundirla, llegar al amor como a un kibbutz y segundos después olvidar el amor, esa palabra, porque lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras, una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro. Ser joven, a la Rayuela, es aceptar el juego. Es permitir que el extranjerismo y el desamparo nos embriaguen en las mareas de acá y allá, beber de la contradicción, ser clochard y ser esnobista, creernos vagabundos e intelectuales, confundirnos, ser lo que queríamos y querer lo que somos, saber que todo lo pensado puede ser imaginado, balancearnos eufóricos en el vértigo cotidiano sin saber que colgamos del vacío.


Ser joven and become all pervading, ironizar la vida y reírnos de ella porque la risa, ella sola, ha cavado más túneles que todas las lágrimas de la tierra. Ser joven y ser crédulamente optimistas, golpearnos la cabeza con todo y creer que algún día esa pared va a caer; soñar lo imposible, ser idealistas, irresponsables, sensibileros, románticos….Ser joven; partir, volver, andar sin buscarnos sabiendo que andamos para encontrarnos porque un encuentro casual es lo menos casual de nuestras vidas..."


Fragmento tomado del artículo "Rayuela, Tan joven y tan viejo" por Lorena Briedis.

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