- Tomarme un café guayoyísimo por las mañanas inmediatamente después de un baño de agua tibia.
- El mocaccino por las tardes en que hace frío.
- Las galletas de limón al chocolate siempre que veo una película triste.
- Tomar fotos de vitrinas que exhiben objetos raros.
- Leer el periódico de atrás para adelante.
- Masticar a la vez tres tridents de fresa con jugo de limón.
- Las fotos a contraluz.
- Las bolitas de chocolates rellenas de naranja.
- Escribir partes de canciones en las esquinas de las hojas de mis cuadernos.
- Comtemplar un atardecer.
Así como esos placeres simples que agudizan los sentidos para el disfrute de cada minúsculo segundo y que no necesitan de otro para llevarse a cabo.
Así como esas experiencias secretas y discretas cuya trascendencia es equivalente a la extensión de tiempo que perdura el estímulo sensorial, y que durante su duración logran iluminar mi mirada, pintar una sonrisa en mi cara, dejar escapar unos cuantos suspiros e incrementar mi ritmo cardíaco.
Así como esas rutinas hedonistas de las que no espero obtener nada. Así como esas cosas tan cotidianas que sólo comparto conmigo. Así me gustas… y no quiero que lo sepas.
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